¡A parir erizos!, dice mi suegra al enfrentar cualquier problema, una frase muy apropiada para el quehacer que pretendo.
Escribir es colocarse frente a un espacio vacío y decidir plasmar desde adentro una idea, tan difícil, con el perdón de las madres, como parir. Aunque, como padre lo digo, menos gratificante. Comparte empero con mi paternidad la ilusión que motiva el futuro ser, desprendido ya de nuestra esencia; diferente a mí, su creador, su progenitor, heredero de mis defectos, y tal vez, sólo tal vez, digno emulo de mis virtudes.
Soy nadie y de la nada salí. Lo único que podré dejar a la posteridad es el recuerdo de mis palabras, que talvez podrán vencer a la misma muerte. Mañana regresaré a mi sempiterno hogar y a pesar de mis múltiples luchas y sacrificios un lustro más tarde me olvidarán, hasta mis propios hijos solo recordarán lo que fui algunos días especiales pero irán transformando su percepción con el paso de los años y de mi memoria solo quedarán aquellos espectáculos íntimos que nadie habrá de conocer. Así es la vida: De cuando en cuando, alguien evocará al hombre pero con el transcurrir de los años estos episodios se irán espaciando hasta dejar de ser, sólo entonces estarán, quizás, mis ideas. Eso es lo que heredo al futuro. Un recuerdo convertido en palabras. Porque el hombre no es más que aquello que produce. Bueno o Malo. Simplemente así: el fruto de sus quehaceres, y el mío no es otro que escribir.
Heme aquí, desnudando mi imbecilidad, mostrando al mediocre ser que habita en mí. Suplicante, anhelante. Que pretende en su ego infinito ser digno de escuchar y que a su vez es consciente que su parafernalia de ideas se perderá en la mar que existe en esta demoníaca red, en la que todos nos peleamos la atención de todos, ocupados cada uno en su propio ser. Solo soy una palabra. Una voz pérdida en el tiempo y difusa en el espacio. Una palabra que de no encontrar cabida en los oídos de alguien más se habrá ahogado al interior de mi garganta sin tener siquiera la oportunidad de existir...