martes, 30 de abril de 2013

CRÓNICAS DESDE EL INFIERNO


 “Mientras más conozco  a la gente más amo a mi perro” Diógenes de Sinope
Los últimos meses de mi existencia los he pasado en la caldera -la séptima paila del infierno diría mi abuela- donde se queman los sueños de los hombres en el abrasador fuego de la realidad: En los cinturones de miseria de la ciudad capital, no importa cuál, ninguna diferencia hará conocer su nombre, al fin y al cabo todas son iguales.
Cinturones de Miseria

He podido observar por el hueco hecho a modo de ventana en la pared de lata las caras de los niños hombres cuando salen a “camellar” para traer a sus mujeres niñas unos granos de arroz, quizás una libra de menudencias y algunas minúsculas papas, protegiendo del insignificante ingreso lo necesario para una paca de yerba, cinco lucas, o unas cuántas bichas de susto, únicamente lo necesario para eludir la realidad, porque hay que saberla “pilotear”.
Los niños hombres que se baten en duelos mortales por las mujeres niñas, usando diestramente "el pulmón", porque las niñas sólo quieren jugar a ser damiselas apetecidas por una jauría rapaz de mancebos gobernados por las hormonas y las drogas. Dispuestas a olvidar al “amor de su vida” en la cama del vencedor. Viudas de un par de infantes y madres de otros tantos antes de cumplir los quince.
¡Existe el infierno y en él habito!
Esta es la historia de un niño hombre que tuve oportunidad de conocer. Aunque dejo de ser niño hace algunos años, hoy ya un hombre corre atormentado por los niños que su cuchillo cortó, por los huérfanos que su revólver dejó, por los nuevos niños que apenas con 12 o 13 años están luchando con denuedo por su territorio. Su nombre es “John”, su alias Papapicha.
Su rostro. El que verán aquí si siguen los enlaces dejados al final de este escrito, gracias a su cortés permiso por dejar libres bajo la licencia Creative Commons sus imágenes en la web. Cabe aclarar a mis buenos amigos, protectores del Derecho a La Intimidad reconocido en el Artículo 15 de la Constitución Política de Colombia que está prohibida su copia y reproducción, solamente es una invitación a que vean parte de mi trabajo fotográfico como tarjeta de presentación. La cara que ven aquí es la de un niño hombre, un sujeto peligroso, hijo del vicio y fiel representante de un entorno violento, comandante y jefe de un ejército de hombres niños que representan a crueles seres, adultos ya, que los encadenaron desde su más tierna infancia a las varillas de acero de la maldad.
John nació hace aproximadamente veinticinco años en un hospital distante apenas unas millas de su morada habitual. Su territorio en lo alto de las montañas. Un lugar que apenas recorre la policía con ocasión al levantamiento de un cadáver, que se hace con inusual rapidez, garantizando la jactancia de los jefes del barrio y de paso la impunidad del crimen. -¡Se sorprenderían al conocer cuán cerca de ustedes está!.. Y a la vez, tan distante…
De su escasa niñez poco recuerda. ¡Nació siendo hombre!
Su madre, una adicta al bazuco, lo encomendó dándolo en prenda al jíbaro de confianza; padre de al menos seis niños entregados en similares condiciones. Hoy día, para quién deseé averiguar su identidad, un reo más de la Penitenciaria Nacional Modelo, llamado simplemente Bernabé.
El gentil hombre, educó a sus niños, hasta hace apenas cuatro años, con la amorosa dedicación del ciego que enseñó al Lazarillo, inculcando en sus mentes infantiles los valores que el clérigo prodigaba en la misma novela, mientras los adiestraba en las difíciles y naturales artes de la calle, haciéndolos maestros en el manejo de la lata, danzantes habituales, o en los trucos del uso del trabuco o el changón, mientras se proveían por cuenta propia del arsenal que hoy poseen. Así creció Papapicha. En una familia modelo, por lo de la cárcel, acompañado de su amoroso padre adoptivo y su copiosa familia. Heredera de los emporios del vicio del magnánimo padre, donde se distribuye bazuco como harina para el pan. Dueñas de un territorio en donde se han convertido en ley. Los delincuentes son los causantes de muchos homicidios acontecidos en los últimos años, cuyo móvil normalmente es un robo que, sin embargo, por algún motivo se salió de control.
A propósito. Hoy, cuál Edipo Rey, es el concubino de la mujer de papá, Yeimi, por el legado natural que debía tener un príncipe. Cabe aclarar, no porque sea el más grande de los hermanos sino porque es quién ha demostrado mayor valor y arrojo entre los guerreros; fuera de ser un empresario que ha extendido los negocios de su putativo mentor por cinco barrios en los sectores aledaños. 
Enemigo de sus amigos, porque estos no existen. Es uno de los mejores exponentes de los prohombres que el desdén de mi generación ha criado: Un muchacho agraciado que si al caso tendrá una triada de denarios si cada muerto es un as, porque en la calle los muertos de la pandilla son acunados por el líder natural del grupo.
En los ires y venires propios del lugar, halló en su camino a un joven competidor; no en las calles, ni en los negocios, solamente con las muñecas, las mamacitas, las nenas, las mujeres niñas, que apenas cuentan con los dedos de sus manos los meses que han transcurrido desde la menarquía. El exnovio de su pareja, madre de sus dos menores hijos, que impulsó al líder para que saliera en defensa de su honor. El patrón ante tal solicitud, no podría entonces permitir que un cachorro de león osara siquiera tocar su territorio.
Tres veces se encontraron el recién graduado hombre y el niño que un día fue su vecino.
La primera fue un mano a mano, en términos literales. Un machete en manos del jefe, un cuchillo en los del retador.
Resultado: Dos niños en igual número de hospitales, por los cortes en los antebrazos, el del machete dejó seña de por vida en el agarre del menor, por otra parte, una “puntada” en el pecho exigió tubo de tórax en nuestro gran señor.
La segunda fue una confrontación épica en donde los contendores se exigieron limpieza. “Varón contra varón”, decía mi amigo, padre del menor, que como es lógico ya no es alma de este mundo, porque era muy viejo a sus 33 años en el lugar donde moraba. –Pero eso es otra historia que después contaré- En esta segunda batalla, volvió a llevar la peor parte el patrón de la jauría.
 Una vez más, al hospital los contendientes, saliendo algunas horas después el vencedor y un mes más tarde el perdedor.
La tercera, ya no tendría la gallardía de la anterior, una mujer niña fue el anzuelo que el picaflor se enterró. La vil e inocente niña llevó con engaño, prometiendo amores furtivos a nuestro niño hombre, con la promesa que su mujer jamás se enteraría, a un sitio desolado en donde furtivamente estaba mi buen amigo Papapicha, que apenas vio la ocasión empezó a darle de balazos a un hombre niño que no cumplía aún 17 años. Sin embargo, de los seis o siete disparos dados a escasa distancia una sola bala de rebote lo alcanzó…
Un riñón, medio hígado, parte del intestino delgado, el bazo, fueron las pérdidas físicas del menor. La sentencia de una vida menguada y la amenaza de que en cualquier momento algún adicto, un “hermano” o el mismo jefe de la bandola vendrá a culminar su labor, son las consecuencias de las sucesivas batallas.
Recuerdo bien a la madre indicándole al oficial de la SIJIN la identidad del agresor, y la respuesta del bienhadado teniente… Sencillamente por no haber sido cogido en flagrancia, ni tener la identificación del indiciado, nada podía hacerse. Eso sí, recomendó que se hiciera uso de la “inteligencia” civil, para indicarle a la autoridad policiva y a los encargados de prodigar justicia la dirección del indiciado, una fotografía que permitiera su identificación, su nombre completo y de ser posible su documento de identidad.
 …El hombre niño y el niño hombre cohabitan en un mismo barrio. Por una nena, por un entorno, por una sociedad enferma que con mirada torva culpa y castiga a los miserables paridos por la exclusión, se terminarán matando un delincuente y un gallinazo, dejándole a la perversa Hada Destino la misión de decir cuál ha de ser el final de esta historia.
Pero no es bueno irse con tristeza, ni escribir solamente la basura de la humanidad.
Leamos entonces el poema de Enrique Pérez Díaz, escritor cubano nacido en 1958, llamado Hada Destino:
Escrito en el cielo / y en lo hondo del mar, / escrito en la arena / que has de pisar…
Escrito en las runas / de largo mirar, / en tablas de arcilla / o en papiros quizás…
Escrito en barajas / para tú adivinar, / escrito en los velos / del siempre jamás…
El Hada Destino / nunca parece igual, / su rostro cambiante / diciendo verdad…
Conoce cualquier / secreto mortal, / se sabe caminos / que no has de pisar…
Escrito en los astros / y las conchas del mar, / escrito en un dolmen / y su antigüedad…
Escrito en palabras / que se han de olvidar, / escrito en canciones / o en un verso simpar…
Siempre el destino / cual hada veraz, / marcando una senda, / una puerta, un azar…
Siempre el destino / /en su gran trasegar / y tú eres su ficha, / su peón, su jugar…
Escrito en estrellas / que murieron ya, / escrito en la ola / y su navegar…
Escrito en la huella / que debes borrar, / escrito en la sombra /de un bosque sin final…
Todo está escrito, / dicho o pensado ya, / escrito está todo / sin que lo puedas cambiar…
Enrique Pérez Díaz
Y para reflexionar esta historia de Diógenes de Sinope:
“Cuentan la historia que Alejandro Magno encontró al filósofo mientras este tomaba el sol plácidamente.
Fue Alejandro quien empezó la conversación así:
— "Yo soy Alejandro Magno"
a lo que el filósofo contestó:
— "Y yo, Diógenes el cínico"
Alejandro entonces le preguntó de qué modo podía servirle. El filósofo replicó:
— "¿Puedes apartarte para no quitarme la luz del sol? No necesito nada más".
Se cuenta que Alejandro se quedó tan impresionado con el dominio de sí mismo del cínico que se marchó diciendo: "si yo no fuera Alejandro, querría ser Diógenes". - Recuperado de http://www.academiasocrates.com/socrates/diogenes.php-
Estas son las Crónicas desde el Infierno mis amigos, un lugar distante apenas unos metros de lo que llaman hogar.
Mis links:
http://commons.wikimedia.org/wiki/File%3APapa1.jpg
http://commons.wikimedia.org/wiki/File%3AMy_friend_Papa.jpg

jueves, 17 de enero de 2013

Bogotá sin Hambre

Aquélla mañana Esteban salía con el ánimo del revanchista. Tantas veces se había enfrentado a situaciones complicadas en la vida que una más sería poco más que un día normal de no haber sido porque la situación en su hogar no podía empeorar, conseguir empleo era cuestión de vida o muerte por inanición: La alacena estaba vacía. Sus críos lloraban al no hallar en sus  platos más que un mendigo trozo de pan, a su lado, acompañándolo con resignada camaradería, un pocillo con agua endulzada con hierba, de manzanilla, para quitarle el insípido sabor. Este había sido el postrero alimento dejado por seis meses de desempleo del otrora entusiasta camarada.

Ahora la revolución era una cuestión del pasado, las luchas de clases estaban ocupando el escenario que aparecía en lontananza, nuevamente la pelea entre los hombres era por miseras monedas para satisfacer las necesidades elementales, sin dejarle al hombre otra posibilidad que la simple existencia. Tan normal en las sociedades capitalistas, más aún tercermundistas, en las que la fortuna, no, la desventura, le permitió nacer.

La pobreza había traspasado los límites de la familia Estrada, compañera permanente del jefe de familia desde su casa paterna, ahora le servía en su propio hogar, abandonándolo solamente para dejarlo sumido en la miseria. Ya no militaba en las filas de los pobres ahora era poco menos que ellos: Estaba en la indigencia.

Bogotá sin dinero es un orbe agresivo, inmenso y atemorizante. Cuánto más para alguien que tiene depositada toda su esperanza en la caridad de la gente, de los millones de personas que deambulan como llevadas por el maremágnum que recorre las vías, sin pensamientos ni sentimientos, simplemente abandonadas al quehacer de las rutinas. Un día habitual para el capitalino natural se vuelve en un calvario para el joven y anquilosado ser.

De lunes a viernes, obtener los recursos para mantenerse los sábados y quizás un día pensar que se ha vivido.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

SOLO SOY UNA PALABRA

¡A parir erizos!, dice mi suegra al enfrentar cualquier problema, una frase muy apropiada para el quehacer que pretendo.

Escribir es colocarse frente a un espacio vacío y decidir plasmar desde adentro una idea, tan difícil, con el perdón de las madres, como parir. Aunque, como padre lo digo, menos gratificante. Comparte empero con mi paternidad la ilusión que motiva el futuro ser, desprendido ya de nuestra esencia; diferente a mí, su creador, su progenitor, heredero de mis defectos, y tal vez, sólo tal vez, digno emulo de mis virtudes.

Soy nadie y de la nada salí. Lo único que podré dejar a la posteridad es el recuerdo de mis palabras, que talvez podrán vencer a la misma muerte. Mañana regresaré a mi sempiterno hogar y a pesar de mis múltiples luchas y sacrificios un lustro más tarde me olvidarán, hasta mis propios hijos solo recordarán lo que fui algunos días especiales pero irán transformando su percepción con el paso de los años y de mi memoria solo quedarán aquellos espectáculos íntimos que nadie habrá de conocer. Así es la vida: De cuando en cuando, alguien evocará al hombre pero con el transcurrir de los años estos episodios se irán espaciando hasta dejar de ser, sólo entonces estarán, quizás, mis ideas. Eso es lo que heredo al futuro. Un recuerdo convertido en palabras. Porque el hombre no es más que aquello que produce. Bueno o Malo. Simplemente así: el fruto de sus quehaceres, y el mío no es otro que escribir.

Heme aquí, desnudando mi imbecilidad, mostrando al mediocre ser que habita en mí. Suplicante, anhelante. Que pretende en su ego infinito ser digno de escuchar y que a su vez es consciente que su parafernalia de ideas se perderá en la mar que existe en esta demoníaca red, en la que todos nos peleamos la atención de todos, ocupados cada uno en su propio ser. Solo soy una palabra. Una voz pérdida en el tiempo y difusa en el espacio. Una palabra que de no encontrar cabida en los oídos de alguien más se habrá ahogado al interior de mi garganta sin tener siquiera la oportunidad de existir...